viernes, 31 de octubre de 2008

Hoy no hubo...

Llegué tarde a la casa. Luego de todo un día en la oficina, como siempre se encontró disponible el Oxxo que está a unos pasos de aquí. Y como lo prometí, fui por el vodka que no debe faltar en mis territorios de decoración en rojo (no, no es púrpura) y cuadros amigables. Además, es lo que tomaré mañana cuando me reúna con los broders en torno a la ofrenda en honor a 'nuestros muertitos', tan cariñosamente creada por mi hedmanita. Pero del delicioso néctar, no hubo el que yo quería: una botella esbelta de color azul y que me trata tan dulcemente al día siguiente de una buena peda con él. Se llama... siempre se me olvida... ah, Götland, así que me decidí por uno que, según el que atiende, es igual de generoso: Karat. Sepa. A ver si es cierto.
Pues no desaproveché tenerla tan a mi merced que ya me estoy adelantando a la celebración. Es que uno se acostumbra al alcohol en ciertos días de la semana... de unas semanas para'cá. Pero ahora estoy sola. Y siento la ausencia. Mucho. Y no sólo por tomar de a solapa. Es que los viernes anteriores era bueno que, después de una función en mi querida Cineteca, Quique y yo nos dirigiéramos a algún lugar cercano a conversar con una espléndida dosis de cerveza. ¿Qué tan preocupante es el hecho cuando se vuelve necesario? ¿El hecho? ¿El alcohol?... ¿Quien me acompaña? Lo cierto es que es un poco incomodón cuando no se lleva a cabo. De la editorial para acá, traía mi cara de fuchi.

Señores, este viernes no hubo de eso que tanto me gusta. Pero, qué chingaos, disfrutaré del nuevo hallazgo y de conversar con ustedes. Sí.

Nota: el de la imagen no es el vodka que me estoy ejecutando. Ha de ser una edición como superespecial... ¿Será tan malo que ni foto hay? Ay, ya me dio miedo...

UPDATE A LA MEDIANOCHE: Cambio de planes. Hay visita al Pervert con gran compañía la noche del sábado, cortesía mensaje de última hora vía celular. Ni modo, me sacrificaré ¬¬

jueves, 30 de octubre de 2008

¿Yo, excesos?

Ha pasado ya un buen tiempo que no elevo mis niveles de vigilia, que no arremeto al teclado y no le doy mil vueltas a los brazos del reloj después de las horas 'prudentes' para trabajar. Y lo escribo un tanto desganada por ese irracional deseo de que vuelvan los desvelos, mucho cigarro y un par de dosis benévolas (o sea, sin marearme) de vodka para eso de la inspiración sobre un word, escribiendo de cine, y editando temas varios frente al Indesign, escuchando a la Simone, Coltrane, The Cure, etc., y sólo durmiendo lo necesario para no recibir la luz del sol con los ojos abiertos y no me sorprenda el vampirazo... Es que, señores, yo era mejor conocida por eso. Claro, el cuerpo se ha puesto rejego y ya quiere descansar más temprano. Y no lo había notado con atención, pero ahora, por poco que le dé más marcha al motor, éste revienta en mi rostro mostrando grietas y unas abismales manchas grisaseamarillentas debajo de las cuencas oculares. Así fue antes. Y no importaba. Más maquillaje y ¡listo! Y si se notaba, pues me valía madres.

¿Es un exceso que piense en excesos tan productivos como ése, en estos días que ya se ven más las ojeras, me dé la reuma más seguido y que la gastritis sea una buena razón para no pensar en nada más que en ella y olvidarme de tonterías, como pensamientos y recuerdos inservibles y deudas con los bancos?

La verdad es que, con todo y la editada, mi actual puesto no da para eso, pues las otras tareas – administrativas y muy de... sonreirle a la gente para negociar contenido– ahora son para los días hábiles y en horarios de oficina... Aunque puedo ayudarle a la h. coordinadora, a los no menos h. colaboradores y doble turno, mientras ahorro una lana del presupuesto editorial para comprar más fotos para el rediseño... ¬¬

Iguanas... y muchas vacas

Tengo un pequeño portatoallas en forma de vaca. Ahora está en reparación. Debo comprar pegamento para que siga funcionando.
Mi querida vaquita, además de ser muy útil (la toalla no se ve muy bien que digamos ahí medio colgada en el espejo), es un pequeño homenaje a ese fan de Led Zeppelin y El club de la pelea, que a través de los malos y buenos tiempos ha estado en mi vida por más de una década, paciente, dispuesto. Cabe mencionar que el encantador rumeante tiene una especial traducción entre nosotros.
Pasadito el día de mi cumpleaños recibí un regalo que me es difícil de valuar: enterarme que soy una de las mujeres esenciales en su vida. Y estar muy cerca del nivel de importancia que sus dos pequeñas hijas, bueno, ya es decir.
En fin, que 'ojalá' los vientos del sur (y si los h. profesores morelenses no disponen otra cosa) puedan traerlo otra vez por estos lares defeños... Digo, si logra olvidar las insoportables horas que sufrió sobre los asfaltos congestionados hace unas semanas...
Igual lo extraño, my dear bro.
Vacas, muchas vacas.

martes, 28 de octubre de 2008

Donde el alma descansa

Qué será de mi cama cuando ya no esté conmigo. No imagino en qué circunstancias pasará tan aberrante e ilógica separación. Desde que dormí por primera vez en ella supe que no sería sólo un espacio únicamente para que el cuerpo descansara. No. Es tanto más por lo que he vivido, soñado y sentido sobre su materia firme y restauradora.
Llanto desmedido sin temer que el otro escuche. Movimientos desesperados para lograr dormir sin despertar a alguien. Sueños reveladores y nombres balbuceados sin que nadie se sienta ofendido... jadeos y sexualidad incontrolables como dulce ofrenda al que los engendra en divina sincronía con los que, en esa boca, he conquistado se emitan.
En algunas de las últimas noches (hace un mes, para ser precisa) mi lecho ha escuchado incontadas confesiones, se ha erosionado con vehementes fricciones, amorosas, convencidas, y ha sufrido la ausencia del hombre que deja su alma y esencias, y que se va pero se queda.
Por eso digo que... qué será de mi cama cuando ya no esté conmigo... qué será de mí cuando ya no esté conmigo. Híjole, hasta escalofrío me dio.

Ya, pues, ya me voy a dormir.

Redireccionando

Siempre he sido fiel defensora de los inicios, de lo que nos salva del desvío cuando ya andamos encarrerados y nos dirigimos a lugares poco confiables, esos donde olvidamos nuestro objetivo de vida, de nuestra vida, de los propósitos que nos hacen más valientes. Siempre he dicho que las raíces nos redireccionan a tomar las firmes convicciones que nos hicieron desertar de lo que daña, de lo que no deja crecer, de lo que nos hace abandonarnos.
Por poco y las pierdo, y mientras ocurría caí en una soledad casi horripilante, así de cerca de la que sentí en un destartalado camión a través de la oscuridad provinciana más profunda dejando atrás la tumba de mi madre a pocas horas de enterrarla. Sin embargo, desapareció cuando me aferré muy fuerte al brazo de mi padre. Ahora sé que es lo único que me librará de tan aterrador desamparo.
Esta vez, teniendo a la vista el camino de regreso, me convenzo de que debo seguir sin que nada me distraiga, que debo trotar para no agotarme, pues las caídas, ah, cómo descalabran. Si lo sabré yo.

viernes, 24 de octubre de 2008

Me consiento

Ayer no me sentí muy bien que digamos. Es que pasé una nochecita que descargó mi batería por completo. Con una junta importante con el encantador y h. crew de la revista para eso del rediseño (hecho que habría llenado mi reserva energética, pero no fue así), estuve medio 'chipil' y con mucho sueño. Así durante 10 horas.
Ya en el camino de regreso, fue inevitable asomarme a uno de esos exuberantes escaparates fílmicos, donde se muestran cajitas de colores (y en blanco y negro) que entusiasman la pupila. Y la cartera. Compré tres y la salud mejoró. Oh, sí:

1. El esqueleto de la Señora Morales: cinta mexicana con Amparo Rivelles y Arturo de Córdova, en la que Rogelio A. González demuestra que la taxidermia es la solución para cualquier problema en pareja.

2. Escuela de vagabundos: Esos close-up a Pedro Infante me han hecho olvidar un poquito la parte superior de sus jugosos brazos.

3. El crimen ferpecto: aunque no es la mejor de mi Alex de la Iglesia y es sólo ligeramente perversa, esa 'moda payaso' fue una excelente idea.
Esta noche dormí muuuy bien...

sábado, 18 de octubre de 2008

¿Recuerdo?

Soy fácil de impresionar, lo confieso, hasta de mí misma, cuando descubro que algunos recuerdos se han esfumado por completo. Ayer tuve una visión nada alentadora cuando me recordé con un delgado libro en mis manos a la edad de 12 años: pasta blanca y con un chico de cabello rubio y rizado ataviado con ropaje de príncipe, y a sus pies, un planeta. Digo 'nada alentadora', pues la lectura –recuerdo– fue poco atendida por su servidora. Era una historia 'obligada' en aquellos tiempos de escuela. Por eso, acaso, le di sólo la importancia que merece una tarea. 'Sólo'.
Ahora me recuerdo en una mesa de madera, en ella un tarro de cerveza oscura, la promesa de ver llegar una gorda pizza especial y yo dibujando sobre un mantel de papel blanco con las crayolas que llenaban un botecito. Enrique, mi apuesto acompañante, me pidió que le trazara un pequeño cordero en una caja, "pero con hoyitos para que pueda respirar". ¿El escenario? Un desierto, y en el extremo izquierdo del terreno, un avión (que más bien se parecía a Keiko).
Quise revivir mis días de gustoso intento por el dibujo (recuerdo que no lo hacía tan mal), pero cada línea fue peor que la anterior, mientras Enrique me observaba divertido, muuuy divertido. Hice lo que pude. Cuando terminé –tratando de descifrar lo que 'mi obra por encargo' significaba– sólo exclamé que era "algo bastante conceptual"... ¡¿Conceptual?! Vaya que he olvidado algunas cosas verdaderamente importantes en eso del aprendizaje, alimento literario, vamos, lo que realmente vale la pena para ser un poco más sensible e ilustrado. Qué chasco (y desilusión) me llevé cuando me preguntó: "¿leíste El Principito?". Me habría avergonzado menos si mi respuesta hubiera sido 'no'. También recuerdo comentarle enseguida un dato curioso (que escribí en uno de mis post) sobre ciertas cartas de amor expuestas en un museo de Francia, una de ellas la de Antoine de Saint-Exupèri (me disculpo otra vez, pero he hecho un copy-paste al nombre del escritor... chale). No fue suficiente para compensar mi incomodidad. Es que 'mi' Quique, pfff, aprecia tanto tanto el arte de las letras, el cine, la música... la vida. Y de El Principito se aprende mucho de ella... ahora lo recuerdo. ¡Ahora!
Enrique me prometió leerme el libro y que se estacionará con singular gusto en el tercer planeta, donde habita 'el borracho' (¿por qué será?).
Como este personaje, mi fuerza de voluntad es casi nula; sin embargo, debo retomar mi hábito por los libros (ejem, y por el dibujo).
Chanclas mayores. Y no, por favor, no aplaudan.

domingo, 12 de octubre de 2008

El hombre que murió una y otra vez

Como la buscatesoros televisivos que soy (señores, todo en pro de mis lectores revisteros), me enteré que el canal TCM dedicará los miércoles y sábados a los más representativos filmes de terror este mes.
Sin tiempo para cazar los 'programas monstruo' entre semana, este sabado logré ver de un jalón Drácula, El hijo de Drácula y La mansión de Drácula, la cual cobija a dos actores infantables del género: John Carradine y Lon Chaney Jr.

Del primero el célebre apellido es identificable, sobre todo por la generación Tarantino (aunque a John yo lo conocí por mister Allen). Del segundo, sólo hay que decir que, a diferencia de David a.k.a. Kung Fu a.k.a. Bill (para la generación Tarantino), corrió con la mala suerte de vivir a la sombra de su multifacético y exitoso padre, Lon Chaney, el famoso Quacimodo en El jorobado de Notre Dame –aunque por su rol como El fantasma de la Ópera, de 1925, fue más reconocido– y a quien apodaban 'el hombre de las mil caras'.

Sin embargo, dispar a Chaney padre, Lon Jr. intentó impactar con sus inmejorables actuaciones (también en teatro y fallidos westerns) sin lograrlo, pues sólo fue ubicado por las toneladas de pelaje y vendas sofocantes sin transmitir eso que su progenitor obtuvo con sus seres deformes pero víctimas del destino, que detonaban en la audiciencia no sólo horror, sino también compasión, destacando así la sensibilidad del personaje. Chaney hijo se empeñó sin conseguirlo, a pesar de ser un gran actor. Pero nadie lo notó.

Las caracterizaciones del licántropo angustiado y la momia imperturbable no fueron suficientes para el deseado despunte del histrión, quien fue un niño casi olvidado (su madre intentó suicidarse con bicloruro de mercurio) y hasta los 10 años vivió en algunos internados por la separación de sus padres. Fracasó al querer ser como su procreador y, si hubo culpables, además de la suerte, la Universal tuvo mucho que ver, pues le negó los remakes del jorobado francés y el fantasma enamorado, pa'mpezar. Una notoria discriminación por no ser el mismo 'Lon primero'.
Sólo Of Mice and Men (1939) le hizo creer a él mismo (y a los espectadores) que podría ser el actor que la Universal esperaba sin pensar en los encasillamientos... Pero no fue así, con todo y el papel, de realismo sorprendente, de un gigantón retrasado que es injustamente relegado laboralmente (y hasta por su mejor amigo) en plena depresión estadounidense. Sin duda, el tipo de roles que a su padre lo situaron en el podio de los mejores asalariados y, sobre todo, como una de las alabadas figuras de la malagradecida industria, incluido el público.
Chaney Jr. –que también fue compositor– consiguió después los trabajos que lo marcaron como el hombre detrás del monstruo sin el reconocimiento que él esperaba –además de otros roles de caracter con malos resultados de taquilla–, algo que lo llevó al alcoholismo y, por consecuencia, a padecer cáncer de garganta hasta perder la voz... Por ello, sólo obtuvo el papel de Groton, el ayudante mudo del doctor Frankenstein en Dracula vs. Frankenstein en 1971. Fue su última actuación. Murió dos años después.

Todos recuerdan a Boris Karloff y a Bela Lugosi como algunos de los 'malditos' del terror por sus lapidarias interpretaciones (ellos mínimo fueron premiados con un Star on the Walk of Fame cada uno)... Yo recuerdo a Lon Chaney Jr. como el ser de 1.90 metros que, como el Hombre Lobo, "moría una y otra vez" en cada transformación, sabiendo que nunca tendría la 'certificación' que su padre logró con sus mil caras.
Me entristeció su biografía transmitida hace unos meses en otra señal de TV. Perdón por la sensiblería, pero, señores, en el encuentro de estas emotivas historias debo humanizarme para ofrecer un mejor productor, ¿no? Y es que, además, tengo un par de vodkas encima. Snif... Y aplausos.

¡Jíjole! ¡Ya son las 3 aeme! Naaah, no le hace. Es domingo.

jueves, 9 de octubre de 2008

Del amor... al cine

Como habrán notado a lo largo de muchos posts sobre estupideces varias y uno que otro documento de importancia, tengo escaso (creo que nulo) conocimiento si al cine me refiero. Sin embargo, lo amo. Suficiente para escribir sobre él.
¿Mis favoritas? Si me acerco a lo asquerosamente mainstream y a una que otra opción clase B, siempre regreso al regazo de mis clásicas entrañables. Sí, esas por las que recuerdo a mi abuelo no como mi abuelo, sino como un extra inolvidable; por las que disfruto a Pedrito y sus bíceps torneaditos y hasta considero a Esther Fernández con todo y sus pésimas actuaciones, entre otras razones que hacen de mí una verdadera fan de la época de oro sobre plata.
Sin olvidar las policiacas que queman llanta y al dueño de un par de hermosos ojos azules como conductor de un Mustang 69; a Sir Alfred Hitchcock, que lo quiero más luego de Dial M of Murder (gracias, Enrique de mi alma), las gloriosas de Semana Santa (en las que sí había muchedumbre de carne y hueso) y la ciencia ficción y terror de látex, desde Calvillazo y Ana Luisa Pelufo, hasta Lon Chaney Jr. y Bela Lugosi como los sagrados principales... Aunque todo género me es verdaderamente necesario. Yo le entro a todo. No le hace que Naomi Watts sea la estelar.
No concibo mis días sin el cine, y a pesar del tiempo que es muy cruel (y que la erudición sobre el tema brille por su ausencia), siempre me doy mis mañas para recibir sus bondades en casa o fuera de ella.
Con todo y algunos malestares físicos que pude evadir gracias a una buena bebida energetizante, en un ratito iré a la Cineteca... Gracias, Enrique de mi alma.

viernes, 3 de octubre de 2008

De enojos y calores

A pesar de las bajas temperaturas en los últimos días, se han enardecido mis ánimos con una que otra noticia. Sobre todo ayer.
Primero fue el prometido cambio de equipo de cómputo, un trámite que desde hace tres meses se había realizado al pie de la letra y que, me enteré, ni siquiera había procedido. No importó el papeleo ni los quinientos personajes por los que pasaron dichos formularios que llenamos exhaustivamente. Simplemente, se perdieron. Después, el saber que un importante aumento de sueldo no se llevaría a cabo 'hasta nuevo aviso' –que no es el mío– me enervó más. No me atrevo a decirle a la afectada, o sea, a mi querida coordinadora editorial.
Pero también hubo una mención sobre algunas líneas escritas por esta servidora el pasado y muy caliente abril en este h. blog, que hizo recordar las ardientes intenciones de muchos ganosos conocidos, cuyas máximas iban desde "yo tan solo y tan sexoso", hasta "con este calor se coge más rico"...
Entonces sólo desfilaban alacranes y hormigas en mi cama, mientras un desquiciante calor envuelto de insomnio logró que fuera uno de los meses más negros, aunque catárticos, de mi vida después de mi desastrosa ruptura.
Qué bueno que ya hace frío, así se calma la rabia que provocan mis enemigos burocráticos y mitiga el pesar del sofocante recuerdo de la pasada primavera, que estuvo muy, pero muy lejos de detonar en mí algo parecido a esos 'ardientes deseos' que muchos deleitaron.

miércoles, 1 de octubre de 2008

... Natural

Hay seres que hacen reconocernos, saber de lo que estamos hechos, mientras lanzamos el necio aviso de "salvese quien pueda" con la certidumbre de que nos bastamos solos para ajustarnos –sólo ajustarnos– al futuro... Vamos, ese instinto de conservación que, algunas veces, ha funcionado para prevalecer ante la hecatombe que provoca desaliento, aunque ganas y empeño para evitar que ocurran réplicas.
Pero como si fueran caballos blancos, arriban en suelo yermo y nos salvan del abatimiento para descansar en ellos y aferrarnos a su cuello. Y no querer bajar de ahí nunca más para ni siquiera descubrir qué tan fértil es nuestro porvenir.
A mí ha llegado ese corcel, tan brioso y natural, desde hace mucho tiempo... sin que yo me diera cuenta.