Por fin nuestros relojes tienen la misma hora...
Es un placer escucharlo otra vez, su voz rompe mi esquema nuevamente y su sonrisa... ah, su sonrisa.
No pude asistir al aeropuerto para verlo, pero cuando llamó a mi celular, un golpe de entusiasmo me vino de la nada. Su voz se oyó más suave y alegre que otras veces, "mi querida amiga, ¿cómo estás?, ya estoy aquí. Qué lástima que no pudiste venir... pero por fin te escucho". Pareció un gran abrazo. Y cuando me narró en un recorrido exprés lo feliz que se sintió con su familia, en su tierra, y decirme que de la pamplonada salió prolijo e ileso, brotaban risas trémulas. "¿Tus papás, las calles, la comida, tu cama?"... Una verdadera satisfacción se delataba por el auricular en sus respuestas. "Por fin te escucho", repetía.
–¿Me extrañaste?
–Me da gusto que ya estés aquí.
–¿Cuánto, cuánto?
–Mucho... mucho.
martes, 21 de julio de 2009
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