Hablar de Peter Lorre es aventurarse a conocer un sinfín de personajes que, si bien se encontraron detrás de los grandes protagónicos, fueron esenciales en historias inmortales. El sujeto diminuto e indeseable que toda trama del cine noir debe contener.
Pero no siempre sólo incluido en el reparto, pues la carga emocional que una cinta como M, del visionario director alemán Fritz Lang (la primera cinta hablada de Lang y, dicen, su favorita), únicamente debía interpretarla con el rol principal un hombre de estampa impresionista como la de Lorre. Sí, un abyecto asesino de niñas en la Alemania de los treinta, que se presenta escurridizo con su sombra estremecedora plasmada en las paredes, mientras silba "En la gruta del rey de la montaña" con escalofriante frenesí, anunciando su siguiente crimen... del cual, con todo y un perfil mezquino, supimos que “esa cosa maligna en su interior, ¡el fuego, las voces, el tormento!” hacían que actuara vilmente como extraña justificación.
Y así como personajes de este calibre, hubo otros que hacían juego con los héroes del cine clásico europeo y, posteriormente, de los fabricados en la lucrativa meca hollywoodense: al lado del inmutable Rick en Casablanca o del afligido Bob en El hombre que sabía demasiado, siempre con un aspecto desvalido e inquietante, pero lleno de maldad o ambición, según fuera el caso, sin olvidar al Dr. Herman Einstein, en la comedia Arsénico y encajes negros, uno de los filmes con los que en marzo mi canal favorito hace un tributo al actor húngaro a 45 años de su muerte, como ejemplo irrebatible de su importante presencia en la cinematografía. Es más, Lorre fue el alcaloide de Humphrey Bogart para lanzársele a la bella Bacall.
Adoro a este hombre, sobre todo porque M fue la primera película alemana que vi... Misma que no he conseguido más que rentada.
Larga vida a László Löwenstein.
miércoles, 11 de febrero de 2009
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