... Que no sabía comer sushi. También que Aarón tampoco. Me enteré que el recipiente que utilizamos para la salsa de soya no fue sino el de las toallitas calientes, hasta que salimos del restaurante, y que él me creía toda una experta en eso de las comidas orientales, sólo porque me agradan. A su vez, él se enteró que soy un fiasco. También me enteré que los rollos California son los que más le gustan y que ya no come tanto como antes. Tuvimos que pedir la ensalada y el arroz frito para llevar.
Me enteré que fue difícil comer con palillos, que en el empaque de éstos hay instrucciones de cómo usarlos y que gracias a las cinco Brahmas que tomé pude dominarlos sin problemas cuando fui a Brasil... Es que hoy fue limonada.
La experiencia pudo ser decepcionante, pero porque me enteré que Aarón disfruta la desgracia ajena –o sea, que se me caigan los trozos de sushi salpicando todo de salsa– podríamos repetirla.
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