Me enteré de dos rupturas sentimentales con una razón en común. De ambas relaciones conocí someramente las condiciones por las que estuvieron unidos, como que se conocieron en la universidad, que eran afines, con intereses comunes, proyectos, en fin, bienestar a secas. Eso que le llaman "el uno para el otro".
Sin embargo, algo falló, se rompió, faltó... o sobró. Sí, la edad.
Sendos varones de 36 y 37 volaron en aras de una compañía más lozana. Dichas mozas, de 20 años, más o menos. Dentro de las coincidencias temporales –además de que los interfectos son contemporáneos y que los infortunios los supe en lo que va de este mes– la casualidad con respecto a la edad de sus nuevas parejas quizá no sea tal.
Hay un sinfín de especulaciones sobre las 'diferencias' que algunas mujeres que rebasan la década primaveral tienen con las más jóvenes. Que si la arruga, la firmeza, la chispa; que si la medición compulsiva de la estupidez, la independencia aún en el mismo espacio... Todo eso que coloca a algunos hombres en el gran dilema de la supervivencia.
Si antes no fue así gracias a lo maravilloso que fue el hombre que tuve a mi lado durante 6 años... ahí va una de mis impertinentes preguntas: ¿algún día me veré amenazada por la estadística? Lo que sí sé es que, por ahora (la soltería tiene sus ventajas), las probabilidades son nulas.
Qué lástima, hacían bonitas parejas.
viernes, 17 de abril de 2009
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2 comentarios:
Evidentemente, no jugar (o elegir todo) es la única forma de no estar expuesto a perder. Pero siempre se pierde algo.
Siempre serás parte de una estadística... sólo que es más chido decidir en cuál estarás, jo!
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