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Recuerdo la primera vez: en la azotea de mi casa, un benson mentolado y muchas ganas de seguir los pasos de mi hermana mayor. Yo tenía 16 años. Como todo en mi vida, comencé tarde, tomando en cuenta la de casos que precipitan las experiencias terrenales.
Sin duda, la sustancia extra hizo que me diera todo vueltas a la primera inhalación, y en un tercer piso, ¡qué insensatez! Pero pasé la prueba y así me inicié. Luego, el CCH, la misma marca y estilo unos tres tabacos al día, y sueltos porque no había lana, algo que hizo que no fastidiara mi vida con el gusto que le estaba agarrando. Y de ahí pa'l real prudentemente (con dinero para una cajetilla entera) hasta los 25, cuando deserté del nido y conviví con una linda soledad. "Mientras haya para los cigarros, qué importa si no como"... Se confirmó la afición. Una caja al día... y media en la noche. Durante dos años no fue difícil el subir escaleras, correr tras 'la ruta' y mantenerme en pie con poco alimento. 'Nicotina' era mi nombre. De puro humo estaba hecha. ¡Ah! Y tenía veintitantos.
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Ahora, qué puedo decir, sólo que el momento es propicio para aspirar el humo y exhalar como si me diera alivio... Pero el vaivén podría no terminar y estoy expuesta a ser la 'chica de humo' otra vez.
De hoy en adelante, prometo mirarme más seguido al espejo.