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Y haciendo a un lado el ruido periodístico, mas no el silencio de pobreza que ensordece al país y a cualquier otro en América Latina, recordé algunas historias de muebles roídos y flotando en un cuarto diminuto luego del aguacero; de niñas que deben entregar la sopa a tiempo y calientita al padre que maltrata, a pesar de la lascivia y empujones en un vagón de metro a plena hora pico, o de desalojos de colchones viejos y sillas cascadas volando a la mala desde la ventana, mientras se emite un 'en nombre sea de Dios' para volver a empezar.
Él deslizó esa vida en palabras. La hizo propia, como si hubiera estado ahí.
Nunca será suficiente la admiración por quienes nos despiertan los sentidos y las ganas de seguirlos cada día, sin dejar de sorprendernos... Sobre todo si son mis amigos...
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