Siesta

Soy fan de dormir por las tardes. Cuando era una pequeña (y más grandecita) dormía después de la comida y despertaba tan fresca que sólo bastaba un par de horas para hacer los deberes, merendar y, de nuevo, volver a dormir sin que mermara mis rigurosas 8 horas de sueño. Como que dichas sietecitas estimulaban esas hormonas del descanso. Pero el tiempo transforma y ahora, como cualquier ser humano y normal, es una suerte que vuelva a jetearme en la noche luego de un par de horas inconciente tumbada en el sofá. Hoy no es un día de ésos. Pero, ¿cómo desperdiciar una valiosa tarde que hace mucho no pasaba en mi confortable hogar? Ya tengo casi dos meses sin el medio descanso que todos los viernes podemos disfrutar los obreros de la palabra y la imagen de la h. redacción. Por eso, hice lo propio, me puse la pijama (sí, a las 5 de la tarde y con un sol resplandeciente), convertí el sofá y desperté 120 minutos después.
Soy feliz y, de veras, me conformo con poco. Qué haría sin estas tardes libres para babear a pierna suelta.

Ahora, pan con leche y a cumplir con esa lista de cintas que esperan desde hace mucho tiempo.