¿No les ha pasado que cuando nos sorprenden con uno de esos halagos que no se escuchan todos los días (diría yo que hasta suena a poesía y más hermoso si fue una confesión), ocurre algo un tanto extraño en el cuerpo?
Primero se te cierra la garganta, si es por chat, se te engarrotan los dedos, luego se hace como un ñudo en el estómago, tragas saliva para intentar abrir el conducto, sudas frío, frío y, después del shock, te sientes cómo...
¡Sí, fluorescente!, caminas con altivez, con garbo, se mece el cabello a ritmo de vals y le sonríes al mundo con gran seguridad. Y cuando te sientas, hasta la joroba oficinesca se te quita. O sea, te la crees... porque fue sincero.
... Si la risa fue de nervios, pues ya no supe qué decir-escribir.
Qué halago, señor... Y no, no lo sabía.
lunes, 28 de julio de 2008
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