Desde que nací, he tratado de acostumbrarme a las condiciones y moderar mis exigencias. Nunca fuimos una familia superpoderosa y 'capricho' no figuraba en el léxico. Vamos, sólo no debía faltar mi imponderable chupón todas las noches, que si se extraviaba, la casa daba un giro inesperado y los mayores se ponían a gatas en un santiamén al son que tocaba la h. matriarca. No era nada divertido, supongo. Pero, al fin y al cabo, fui una niña exasperadamente intolerable que, al paso de los años, supo conformarse con la cotidianidad de una adolescencia sin más recursos que 5 pesos para los pasajes del DF al CCH Naucalpan y otro peso para un par de cigarros sueltos (Benson, me acuerdo). Me regeneré.
Hoy, con tantos subibajas vivenciales (estos días han sido particularmente melancólicos, sin parar de oír "Everybody's Gotta Learn Sometimes" con Beck, de Eternal Sunshine of the Spotless Mind, perdonen astedes), he tenido una que otra brillante distracción y hasta sublimes encuentros, de esos que hacen que se te enchine la piel, que lata un poquito más acelerado el corazón sin llegar a ser taquicardia gracias al Red Bull y con esto, hasta uno parece fluorescente, en verdad. Pero, ah, canijo, llegan los recuerdos y dan ganas de ir a Tepoztlán a bordo de un Jeep, con O Rappa y Satellite Party a todo volumen, y compartir el chicle para que al feliz y añorado conductor no se le tapen los oídos.
La verdad, soy valiente porque me he conformado con poco, aunque ahora creo que algo como un capricho me envuelve el estómago, el pecho, las sienes, y como la niña melindrosa que fui me dan ganas de llorar porque sé que no lo tengo. Pero como antes, creceré y me regeneraré.
Buena cinta, buen mensaje: con todo y la exclusión de los recuerdos, siempre arribamos, sin darnos cuenta, a donde se encuentra quien quisimos ya no recordar.
lunes, 21 de julio de 2008
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