Hay seres que hacen reconocernos, saber de lo que estamos hechos, mientras lanzamos el necio aviso de "salvese quien pueda" con la certidumbre de que nos bastamos solos para ajustarnos –sólo ajustarnos– al futuro... Vamos, ese instinto de conservación que, algunas veces, ha funcionado para prevalecer ante la hecatombe que provoca desaliento, aunque ganas y empeño para evitar que ocurran réplicas.
Pero como si fueran caballos blancos, arriban en suelo yermo y nos salvan del abatimiento para descansar en ellos y aferrarnos a su cuello. Y no querer bajar de ahí nunca más para ni siquiera descubrir qué tan fértil es nuestro porvenir.
A mí ha llegado ese corcel, tan brioso y natural, desde hace mucho tiempo... sin que yo me diera cuenta.
miércoles, 1 de octubre de 2008
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1 comentario:
mmmm, por aquí huele a miel y néctar de esperanza...
un abrazote y ya sabes que se te quiere mucho!
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