Que cante, que cante

Si no fuera bastante la carga emocional que me provocan algunos sujetos de la farándula cinéfila cómico-musical, les comento que también adoro a Pedro Infante. Idolazo mexicano.
Pues me enteré que subastaron su santa lápida en aproximadamente 86 mil mugrosos pesos, a pesar de que se pedía 9 mil cochinos dólares.
Bueno, si el Oscar que se otorgó por El ciudadano Kane no salía ni con su pilón de epazote cuando fue subastado también, pues ya se puede esperar todo. Qué no haría yo (y haciéndole su respectiva justicia a estos próceres del celuloide y a sus admiradores) si tuviera millones de millones.
La cosa fue que se sustituiría la construcción por presentar daños irreparables (esto por parte de Grupo Radio Mil, donde se transmite el legendario programa La hora de Pedro Infante) y que ésta se conservaría, sin pensar en lucro alguno, así dijeron las dos principales descendientes de mi charro del alma –que, por cierto, creo que ni se hablan, comadrita–. Pero estas hijas de... Pedrito, que se ponen abusadas e hicieron operación hormiga en plena labor albañeril, para que las piedras llegaran por obra del supremo a manos de una casa de subastas. Hace un año estaba la rebatinga de sus restos entre sus demás hijos de que si los exhumaban o no para llevarlos a la Rotonda de los hombres ilustres. Méndigos.
"Pedro Infante ya murió, cuántos hijos te dejó", sería la premisa para darnos una idea del desmadre que este mujeriego en-cantador regó con tanta raza sangre de su sangre en gran parte del país.

Ni hablar, este memorable monumento quedará en la casa de un fan fulano de tal, y digo memorable pues contaba con algunas frases de pésame por parte de figurones asistentes y amigos del muertito.
Ahora sí que desde su tumba casi profanada, cómo me gustaría que respondiera a mi lamento de "Pedro Infante... ¡Que cante, que cante!" para que a sus indignos vástagos les diera el patatús.