Roberto Carlos, a favor de la salud

Luego de salir de la oficina, fui a una pequeña plaza para abastecerme de piercings que, regularmente de mi nariz, pasan a un espacio que sólo el mismo Sagan me podría explicar con claridad. "Dame dos de una vez".
El hambre junjuneaba las entrañas y debí estacionarme en un lugar dónde comer: Super Soya se llama el restaurante donde se venden cosas en pro de la salud y... soya. Una hamburguesa de, adivinen, con sus papitas a la francesa, ensalada y un vaso grande de agua de mandarina. Buen atracón, mientras Napoleón sonaba con singular romanticismo. Y entre una mordida de hamburguesa y una papa frita, que llega inesperado el gran Roberto Carlos. Al tiempo que envolvía un vaso con sopa de fideo y un plato de unicel con arroz blanco, la cocinera cantaba esa canción tan inspirada como aquellos fieles a la llegada del pontífice (cuepedé). Así, fervorosa (ay, ya hablé del 'santo líder' dos veces, ough!).
Ya después se aguó la fiesta...
Con las siguientes melodías de poesía amorosa, concava y convexa, el cantautor logró el cometido en mí, y sin ser su admiradora. Tan agusto que estaba oyendo a la talentosa cocinera. Traté de consumir los alimentos lo más rápido que pude y hasta pensé en ponerme los lentes oscuros, pero el sentido del rídiculo detuvo la intención y mejor aceleré la quijada.
Qué cosas, nunca pensé que el sentimiento de cantina se presentaría en un lugar donde la palabra 'alcohol' no aparece en los componentes de ninguno de los productos saludables que ahí se venden.
Limpié mis ojos, los mocos, me llevé mi gelatina de una onza que me dieron de postre y agradecí a la soprano incomprendida, para salir a paso largo del lugar.
Ay, Roberto Carlos, cómo eres... tan bien que estaba ahí.