Sobre su cadáver

Si tuve una muñeca que arrullar en mi muy normal niñez, fue porque, bueno, siempre se le despierta a una el instinto maternal-cómico-mágico-musical que en la escuela se estimula y se repite con las compañeritas. Yo era más de hacer historias y manejar titeritos. Darle vida a corcholatas y bolsitas de chicharrones. Fabricar romances entre Barbie y Ken y comprar disfraces de doctora, maga, y hasta llegué a pagar por un álbum de luchadores. Pero lo que se dice hacerla de mamá, pus no.
Luego de asomarme a una que otra vida de amigos, hermano y conocidos, donde ser padres es la quintaesencia de la existencia, me pongo a pensar... ¿Qué hay más importante que un hijo? Nada. Y lo sé de primera mano, pues mi madre lo decía. A'i nomás. Sin embargo, mi naturaleza es más de mirar de lejos y admirar el gran amor que se siente por un chamaquín. Observar la atención que le dan a cada una de sus pequeñas extremidades y hacer que todo su cuerpo sea satisfecho con esa gran bolsa de palomitas y refresco incluído (luego de haber comido sus frutas y verduras). Además de cerciorarse que el cerebro tenga el suficiente alimento intelectual pa' que no salgan tan güeyes como sus papás. Eso es amor, chingá.

Yo mejor seguiré desde la barrera rascándoles sus cabecitas, apretando sus cachetitos y lanzando mis más afectuosos respetos a esos fabricantes de historias, mismas que crecen y crecen sin que nada ni nadie lo impida... El objetivo de esos padres, que con dientes apretados defienden y que "primero pasen sobre mi cadáver si alguien se atreve a hacerlo".
Yeah!